Las negligencias de la infancia las pagamos durante toda la vida

Las negligencias de la infancia las pagamos durante toda la vida

Editado por: TOP DOCTORS® el 06/07/2020

Hay algunas coincidencias entre las nociones de marginalidad y abandono que interesa considerar en este artículo.


La marginalidad se reconoce en el espacio en blanco que queda entre este texto y los límites de la pantalla o del papel. En ese espacio se puede llegar a anotar o a dibujar cualquier cosa. Un garabato, un dibujo o una cifra y todo eso puede aparecer al margen, sin afectar la comprensión de un texto que es ajeno a esos trazos.

 

Si comparamos al texto con la sociedad, y a cada término con una persona, nos acercamos a comprender la situación que atraviesan aquellos que deambulan por los márgenes de un texto social que no les otorga ningún sitio. La condición humana no soporta el hecho de no ser más que una cifra suelta que vaga a solas por los márgenes del mundo. La situación de los menores en conflicto con la ley penal, suele ser el resultado de negligencias tempranas, donde la Medicina incurre en faltas de atención y prevención primaria, allí donde hay menores que son objeto de abusos o testigos de violencia doméstica. 


El colmo de la marginación y el abandono se reconoce en el caso más célebre de la Criminología Argentina, donde el protagonista fue un menor discapacitado. Se llamaba Cayetano Godino y fue detenido en Buenos Aires en 1912. Hijo de inmigrantes analfabetos, al momento de su detención se le reconocieron 27 cicatrices en el cuero cabelludo por las palizas que le propinaba el padre. Su desarrollo había sufrido un retraso por una infección intestinal que lo había llevado al borde de la muerte. El padre había pedido el encierro de su hijo de 11 años en un penal para que allí se lo corrigiera. Las leyes de la época hacían lugar a estas solicitudes, pero ese encierro se extendió por 3 años y en esa etapa el niño nunca fue visitado. En 1911, se dispusó su egreso y a la fecha sólo sabemos que, en el curso de los meses siguientes, Cayetano hubo de consumar crímenes atroces. Aunque apenas leía, aquel chico alcanzaba a reconocer las partes de los periódicos que relataban sus crímenes y él se ocupaba de recortar y conservar esas publicaciones. A través de esa operatoria, lograba que el texto social se ocupara de él. A posteriori de su detención, el juez lo declaró inimputable disponiendo su internación en un pabellón psiquiátrico. Sin embargo, la posición del Ministerio Público negaba ese fallo, desestimando la necesidad de tratamiento, en orden a lo cual fue trasladado a la cárcel hasta fallecer en 1944.


Lo consignado hasta aquí ubica a Cayetano en un doble estándar en el que se superponen la marginalidad y el abandono. El abandono precisa su significado a partir de las tres unidades que integran ese término compuesto por: el prefijo “a”, que significa privación; la unidad “ban”, que remite a la idea de “grupo humano” y está por ello presente en términos tales como “ban-dera” o “banda”; quedando, por último, la unidad “dono” que alude a “donación”. De esta fusión resulta que el abandonado es aquel que ha sido privado de una donación básica, por la que se le hace saber que se lo reconoce como miembro cabal de un grupo humano.

      

Si nos atenemos a los guarismos de abuso y maltrato infantil, son muchos niños que cumplen con ese doble estándar de ser marginados y abandonados a la vez. De acuerdo con datos de UNICEF, en América Latina no menos de 6 millones de menores son objeto de agresiones intrafamiliares severas que se cobran 80 mil vidas al año.


Hoy presumimos estar lejos de las cosificaciones grotescas que en su momento se perpetraron contra aquel menor enfermo que llegó a ser exhibido durante días en una jaula, para que las damas de la sociedad de la época pudieran verlo de cerca. No obstante, es mucho lo que nos queda por hacer como adultos, con relación a los menores que son objeto de abusos o son testigos precoces de violencia intrafamiliar.

en Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA)